Una nueva forma de escepticismo


El escepticismo más famoso es el escepticismo con respecto al mundo externo. Dudar que el mundo externo exista (que solo existimos nosotros, o que la realidad que vivimos es una ilusión, un sueño, un artificio de demiurgo) es desde mi punto de vista una de las maravillas conceptuales de la mente humana. No quiero decir con esto que justifique o admire ese tipo de escepticismo, sino simplemente que me causa asombro. Lo que, en últimas, es lo que importa. La imagen paradigmática en la filosofía de este escepticismo es Descartes. No es que Descartes sea un escéptico de este tipo, pero para mal, o para bien, su nombre se encuentra asociado a él.
Pero, hay un escepticismo más terrible y poderoso que el escepticismo frente al mundo externo. Con este escepticismo hay que asociar no a Descartes sino a Philip K. Dick. Gran parte de la obra de Dick gira alrededor de este tema, pero en especial creo que se encuentra bien definido en un cuento llamado “Impostor”. En lo que sigue describo detalles (y si tienen intención de leerlo deberían evitar la lectura del párrafo que sigue):

“Impostor” trata sobre Spencer Olham, un científico de la tierra que es el futuro de una humanidad desesperada. Extraterrestres provenientes de una estrella cercana han casi destruido nuestra especie, y ahora juegan su última carta para exterminarnos completamente: sustituir a un ser humano, un individuo, por un organismo artificial que esconde una bomba descomunal que será estallada en el momento propicio sobre la superficie del planeta. Spencer Olham es el futuro de la tierra pues es uno de los científicos que intenta construir un arma definitiva para combatir a los extraterrestres antes que nos destruyan, pero es Spencer Olham el escogido para ser sustituido. Y ahora Olham es el impostor. La novela sugiere por medio de un recurso más o menos introspectivo, que Olham se encuentra seguro de quien es él. Que él no es un impostor, y que los que lo persiguen para ultimarlo están equivocados. Al final, resulta que la amenaza es real y que Spencer Olham no es de hecho Spencer Olham, en el último momento el impostor Olham es consciente de su situación, y la bomba estalla.

Ahora bien, no es el tema de la ilusión de los recuerdos artificiales con las que "Olham" se engaña lo que me atrae. Ese es un tema también recurrente en la obra de Dick y que además ha sido mencionado antes por otros, como Bertrand Russell. El asunto es más simple, es que "Olham" no es Olham, pero él cree serlo. No sus recuerdos, sino él: su “yo”, si quieren que use una palabra. Es exactamente lo contrario que Descartes. En Descartes es el mundo el que es puesto en duda y el yo permanece. En cambio, en esta nueva forma de escepticismo el mundo queda intacto, la vida igual, pero el yo, no. Olham ya no existe, y el que lo sucede, el impostor, no es él, aunque cree serlo. 
Si yo no fuera yo, si yo estuviese muerto y yo fuera un Impostor, ¿cómo sería? El vacío existencial que ese pensamiento me genera es inconcebible, abisal. Es más, no es realmente un vacío existencial, porque no hay nada que deshabitar, es peor que la muerte si lo veo bien, el momento preciso en el que descubrimos que ya no somos. Creo que no seré capaz de describir lo espantoso, monstruoso, paradójico, que resulta esta idea. Estoy seguro que las palabras son incluso insuficientes para describir lo que concibo con ella. 

Dice algo tal vez el que me haya imaginado que la bomba que llevaba “Olham” la tenía en el lugar donde debía ir su cerebro.