¿Por qué no soy vegetariano?



Voy al veterinario a operar a mis hijas gatas y llega un señor con dos perritos cachorros muy bonitos. -¿para qué los trae?-, pregunta el asistente del veterinario. El “dueño” de los animales contesta con aire de suficiencia y orgullo -Corte de cola-. Veo los perritos y son hermosos. Acepto que los perros no me caen del todo bien, pero me pregunto: ¿con qué oscuros principios estéticos hemos decidido que tenemos derecho a mutilarle la cola a un animalito de esa manera? Agacho mi cabeza para procurar no ver la transacción sin sentido de sangre y dinero (una similar a la que yo estoy dispuesto a realizar con mis gatas), pero me encuentro con otro perro, Rocco. Rocco es un perro homicida que al pelear con otro de sus congéneres por el derecho a ultimar a un gato se quebró una pata. Rocco es uno de esos perros inmensos, arrugados, de narices chatas. Su rostro se ve triste y perdido, reconozco que no es sólo por el dolor del hueso lastimado. En su rostro lleva las señales distintivas de las originales y extravagantes maniobras que el hombre ha realizado sin piedad por siglos sobre esa especie animal, los lobos (Canis lupus). Lobos de patas cortas que no pueden casi caminar, lobos de piel arrugada y plegada con problemas de infección cutánea, lobos con instintos asesinos tan desarrollados que cuando muerden no sueltan la presa, lobos inteligentes para recoger pelotas lanzadas por idiotas desocupados, lobos enanos de juguete que nacen con anomalías como la hidrocefalia (el chihuahua, por ejemplo). Usted quiere un perro, díganos cómo lo quiere y denos unas cuantas generaciones y nosotros le creamos su perro de patas cortas para que se vea siempre como un cachorrito, sin cuello para que no pueda agacharse a comer nada del suelo, de pelo largo para que se sienta suave pero no mucho para que no se ensucie tanto, y sin dientes para que no lo muerda. Pero, tranquilo que igual lo cruzaremos con estas razas sumisas para que sea un perro tonto, y de por vida falto de afecto. Sólo ofrézcanos el tiempo suficiente. Pero, con todo y eso, necesitamos además cortarles la cola apenas nacidos. Qué puedo agregar, nosotros los humanos somos todos unos malparidos.

Es muy fácil sentir afinidad con los perros, las vacas o los pollos. Al fin y al cabo tienen cerebro y podemos ver en sus ojos rastros de angustia y dolor. Pero el ser humano es demasiado obtuso, demasiado vil y puerco para entender las cosas desde una perspectiva más amplia que sus órganos reproductores.

Hace poco me mandaron unas fotos sorprendentes. Eran esculturas hechas en un árbol, en un árbol vivo. Mutilaban el tallo creando formas extrañas, y el árbol para protegerse de las infecciones volvía a crear corteza, eso dotaba obviamente a las esculturas de una textura peculiar. Cortar tallos, destruir tallos, mutilarlos… Obras de arte. Qué puedo agregar, nosotros los humanos somos todos unos malparidos.

A veces nos es difícil darnos cuenta que los árboles y las plantas son también seres vivos que comparten código genético con nosotros. Es difícil ver un árbol y sentirse sensibilizado: es una cosa que no se mueve, que casi no produce calor, que no tiene sistema nervioso central y carece de ojos. Los protegemos porque cumplen una función importante en nuestro ecosistema, aunque muy pocos consideran que pueden sentir. Pero, inclusos los que piensan que los árboles pueden sentir se comen el pepinillo y condimentan la pasta con orégano.

¿Qué se debe concluir, que debemos morirnos de hambre para no tomar vida alguna de los seres? Algún idiota podría afirmar ahora que entonces debemos convertirnos en frugívoros, comer sólo frutas. Al fin y al cabo los árboles las producen para ser comidas por animales, y de esa manera propagar sus semillas en las heces.

Este es un punto importante. No estoy queriendo decir que no haya razones para ser vegetariano, de hecho las hay. El vegetarianismo es una forma, acomodada, bastante inútil creería yo, de protesta contra la crueldad de los hombres contra cierto tipo de organismos que, en nuestra jerárquica ontología de seres, tienen una posición privilegiada: como vacas, peces, cerdos y pollos. 

En términos biológicos y espirituales comerse un ajo es para mi algo igual de terrible que saborear un filet mignon a la pimienta. Porque lo realmente terrible no es comerse una vaca o un ajo, sino lo que hay detrás de ello: detrás de la vaca las granjas genocidas de animales, detrás del ajo: la agricultura masiva moderna industrializada.

Si de salvar especies se trata no hago mucho si dejo de comer carne. El daño de la agricultura es mayor, con ella no sólo se extinguen especies de plantas salvajes al volver la violenta e indomable tierra virgen en monótono terreno cultivable, sino que se destruyen los hábitats de muchas especies. Yo, particularmente, prefiero ser degollado a cuchillo, prefiero eso, a morir de hambre o contemplar mi forma de vida extinguirse poco a poco, como una vela metida en un cuarto sin oxígeno, como está pasando con las abejas.

Me permito recordar sucios detalles: antes de la agricultura (que aparece hace 9.000 años más o menos, en una etapa ya tardía de nuestra evolución cultural) el hombre era, muy al principio, carroñero. El comer altas dosis de proteína de carne fue lo que nos permitió desarrollar nuestro cerebro, ser inteligentes y vanagloriarnos de nuestra consciencia. Luego pudimos cazar y aumentar los niveles de alimento disponibles, pero nuestra vida estaba condicionada por el medio de vida del cazador, y por los recursos que teníamos. Que no se entienda tampoco que hago apología de la carne, sólo menciono que antes de la agricultura los seres humanos no tenían los medios para formar las grandes aglomeraciones chancróticas que fueron las grandes civilizaciones antiguas, lo que más adelante se transformará en imperio romano, cultura medieval, y por último, la ciudad, la cima del culo civilizado del mundo moderno que copula sin descansar con el pene torcido de la industrialización. Todo esto fue posible gracias a la maldita agricultura.

Gracias a ella, la agricultura, el Homo Sapiens empieza a consumir grandes cantidades de alimento sin fin. El Homo Sapiens ya no debe cazar su alimento, no tiene que luchar por el alimento, ni vencerlo en su terreno a punta de lanza, fuego y a veces su propia sangre. El Homo Sapiens puede ahora consumir grandes cantidades de ricos carbohidratos impensables para el carroñero o el cazador, engorda, se reproduce en legión, se vuelve sedentario, cómodo, se vanagloria de su comodidad, se empieza a considerar superior... El Homo Sapiens puede ahora conservar el alimento en graneros, lo que no pasaba antes porque la carne se pudre con rapidez. Llegan las grandes acumulaciones de humanos alrededor de las tierras cultivables. El Homo Sapiens contempla al mundo ahora poco a poco transformándose a su imagen y semejanza. en efecto, la agricultura nos obliga a encontrar formas de control de la tierra, sistemas de riego, desvío de ríos, presas, ella fue la puerta a la dominación de lo natural, ¿será que mi punto es ya comprendido? …. El descubrimiento de la capacidad para modificar el entorno nos permite crear también tierras de pastoreo, y someter por fin al animal transformándolo en ganado... 

Dios mío, temo que no podamos deshacernos del Hombre porque no hemos podido suprimir la Agricultura.

El problema no está en lo que comemos. El problema está en que somos un montón, y además somos un montón de acomodados que, desde el punto de vista de la naturaleza, no ha tenido que luchar por el pan que llega a su boca. Mientras seamos tantos habrá que que alimentar a demasiadas bocas, y mientras sea así, existirán mataderos, granjas y áridas zonas de cultivo que deberían ser todas maldecidas.

Yo, por mi parte, desearía que la humanidad volviera a ese estado salvaje de población reducida donde debía cazar a muerte para vivir y donde sólo necesitaba recolectar los frutos que encontraba. En un mundo salvaje ideal las vacas serían salvajes. Si renunciamos a la agricultura no podríamos someter al ganado, habría que cazarlo a la mala. 

Si alguien me dice que precisamente por ser más evolucionados biológica y espiritualmente que los demás animales estamos en capacidad de desligarnos o por lo menos alejarnos de esa cadena horrible y maravillosa de intercambios de vida/muerte naturales, si alguien me dice eso, yo le diría con toda sinceridad que se dedique a otra cosa más fácil que pensar... ¡Ja!, hombres como "animales civilizados racionales, bondadosos y conscientes": es tan ridículo que ni ganas de reírse dan. Curioso que se mencione esa razón sin darse cuenta que al emitirla ya se pone al ser humano por encima del resto de las criaturas vivas.

Por eso es que lo de ser frugívoros es una tontería. Igual para alimentar a todas esas bocas nuestras con frutas sería necesario destruir ecosistemas por bultos, más rápido que lo que se degüellan pollos. Por eso es que el vegetarianismo es un simple modo de protesta. No defendemos mucho al medio ambiente siendo vegetarianos, sólo protestamos contra la crueldad, y esa es una protesta ingenua, boba, servil, cómoda. 

Si nuestra sociedad torturara niños para cocinarlos, comerlos y comercializar su piel. Habrían algunos que se limitarían a no comer carne de niño y a no vestirse con niño, y habría algunos más activistas que pegarían carteles, pintarían paredes con tonterías, y dirían después que ellos hacen parte de la solución y se jactarían con vanagloria de que ellos no comen niños porque qué crueldad con los niños, por último nos invitarían a todos a ser como ellos. Que puedo decir, los seres humanos somos todos, sin excepción, unos malparidos.

Es cierto que no todos los activistas son así. Las acciones de muchos han contribuido al cierre de granjas homicidas de pollos, por ejemplo. Algo muy loable, pero igual de inútil. Porque el asunto es la demanda: cierras una granja y abren otra, o la demanda de la que cerró la suple otra granja donde más gallinas serán descuartizadas y más huevos serán criados y más pollos serán mutilados por el pico para satisfacer esa demanda. Salvar a un ser para que otro ser sufra es algo, sino moralmente erróneo, bastante discutible desde el punto de vista pragmático: como arroparse la cabeza con la sábana para protegerse del frío, pero al jalarla destaparse los pies.

Hagamos de cuenta que nos concentramos en la demanda entonces, en la gente. Hagamos de cuenta que la utopía vegetariana se cumple y logramos convertir al vegetarianismo a todas las personas de un país. Listo, eso es mucho porque varias granjas de pollos desaparecerían y no serían reemplazadas. Pero la gente debe alimentarse (igual que los animales liberados), y allí entra la agricultura. Hemos acabado con una dimensión del problema, pero no con el problema, no con su fuente. Al problema le salen nuevas cabezas cada vez que cortamos con complacencia una. Suprimimos la crueldad frente a una especie, pero por el otro lado seguimos destruyendo el medioambiente con los métodos homicidas y genocidas de la agricultura, muchas especies morirán como ya lo hacen otras. 

De nuevo, la fuente turbia del problema: somos un montón. 

Al que diga que las tierras de pastoreo desaparecerán y que eso ya es un bien para el planeta, le diría que para mi que esas tierras se utilizarán para suplir el aumento de la demanda de productos esenciales para la dieta vegetariana, como la soja, por dar un polémico ejemplo (sólo un ejemplo porque hay que hacer la cuenta de todos los productos cuya demanda aumentaría). Ahora utilizamos la soja para alimentar pollos, mañana para alimentar nuestra demanda y nuestra sobrepoblación en crecimiento, incluyendo la animal. Porque además, ¿las vacas que vas a liberar, las vas a matar para que no pastoreen ellas mismas y se reproduzcan sin control? 

¿Vamos a dejar que las miles de millones de vacas que existen en granjas ahora mueran de hambre después de liberadas? ¿Vamos a alimentarlas? ¿Vamos a proveerles de tierras de pastoreo para que se reproduzcan? Tendremos que sembrar soja en otro lado entonces, además de la que ya usamos para pagar nuestra deuda histórica con la especie bovina alimentándola.

El hecho horrible y esencial de nuevo es que somos montón y alimentarnos con sólo vegetales no va a acabar con eso, por mucho que digamos que podemos aminorar el daño. Podría mencionar eternos problemas medioambientales y manifestaciones humanas de crueldad que parten de ese hecho (de ser legión) y que no se encuentran relacionados con lo que nos metemos a la boca. La Hidra se niega a morir.

¿Qué se propone entonces? ¿Qué debemos hacer? Yo no propongo nada ni muestro ninguna solución. Creer que lo que hacemos sirve para algo, a secas, sin autocrítica o reflexión, es para mi sospechosamente conveniente. Ideológico. Por mi parte sólo logro convencerme que no hay que hacer nada. No hay que moverse para nada. Todo lo que hacemos esta mal, y si no esta mal, bien podría tener un efecto contrario al que deseamos. El nivel de crueldad humano en este mundo puede repartirse mejor, disiparse hasta que los propios ojos humanos no lo reconozcan, pero no deja de ser el mismo (como la energía). No dejará de ser el mismo hasta que dejemos de ser tantos como somos. Aunque sería bonito, tampoco propongo que nos matemos unos a otros para disminuir nuestra población, tengo mis propias razones.

Mi posición es una posición difícil, que se autoanula, se autosuprime. Pero cuando se autosuprime me contemplo aislado en mi desnudez de humano: sin argumentos, vivo, cruel, destructor de mundos, como todo el resto de los organismos de este planeta, como todos los demás humanos y sin remedio. Acusados por una visión demasiada bondadosa y complaciente que tiene el ser humano de sí mismo, movidos por una visión que promueve la compasión, el humanismo y la razón como valores civilizados humanos, somos incapaces de vernos a nosotros mismos en nuestra humildad: pertenecientes a un todo, a un proceso que no nos pertenece y al que queremos dominar con cualquier herramienta, incluso la bondad. Cuando la vida por el otro lado es injusta, cruel, desastrada y violenta: en pocas palabras, hermosa.

Felizmente mi posición es también inútil, existencialista, parcial, autofágica, incoherente, estrecha e injusta. Mi posición en últimas es sólo mía y no pretendo que nadie la asuma como suya. Ese pesimismo que profeso, sin embargo, oculta una posición espiritual y religiosa positiva: la acción es el refugio de las inteligencias asustadas, fruto de una creencia excesiva en la estabilidad de las cosas. Tengo fe en que esta mierda mamífera caerá sola cuando menos lo pensemos.

PD (unos años después): hace poco escribí algo que, aunque revisa algunas posiciones sostenidas en este escrito, mantiene las mismas ideas y conclusiones. Lo comparto con ustedes:

Hoy se celebra el día del no consumo de carne. Día que es aprovechado por los vegetarianos y las organizaciones animalistas para propagar su revolución alimenticia. La idea es prescindir del consumo de carne y transformar nuestra dieta en vegetariana. Aunque no soy vegetariano simpatizo con este tipo de grupos hasta cierto punto. Creo que efectivamente una dieta vegetariana global ayudaría muchísimo a disminuir la crueldad hacia millones de vivientes que a diario son sacrificados para proveernos de músculos y vísceras para nuestro consumo. Sin embargo, creo que es importante también despojarnos del mito de la limpia conciencia ecológica y ética que muchos pretenden tener sólo por ser vegetarianos. Porque si bien una dieta vegetariana es deseable, no por eso es la solución real y definitiva a la brutalidad humana que tiene orígenes mucho más diversos y terribles. Una muestra de ello es precisamente la agricultura, que es la base de la dieta vegetariana. No es un misterio el daño ecológico que la agricultura a gran escala ocasiona: la tala de bosques, la remodelación de los ecosistemas naturales para abastecer de agua a la producción, la salinización y la erosión del suelo, el impacto negativo de los fertilizantes en la tierra, el aumento del CO2 causado por la maquinaria de la industria, los plaguicidas… Mucho más importante para evaluar la viabilidad ética de la agricultura a gran escala es lo siguiente: todos los elementos antes mencionados, tala de bosques, etc, son causa de la eliminación virtual de la faz del planeta de cientos de especies animales y vegetales. Las mismas especies cultivadas sufren de una violencia atroz al suprimirse su biodiversidad, pocos saben por ejemplo, que el 90% de los bananos que se consumen son meros clones de una sola planta, de una sola cepa, la biodiversidad de la especie fue suprimida para favorecer la efectividad del cultivo y el control sobre éste. Que cambiemos nuestra dieta por vegetariana claramente disminuiría el impacto negativo de la agricultura, ya que dejaríamos de alimentar animales para nuestro consumo, y nos alimentaríamos directamente de la fuente energética producida por la base de la pirámide alimenticia. Pero el daño no se reduciría en un porcentaje significativo, porque el problema de fondo son los más de 7.000 millones de seres humanos cuyo número sigue aumentando diariamente en proporciones ridículas y notoriamente irracionales. Es deseable, por supuesto, una disminución del impacto al cambiar nuestra dieta. Pero pensar que suprimir la dieta carnívora por una vegetariana resuelve el problema de fondo, pensar que el planeta puede seguir manteniendo tantos organismos humanos sin perjuicio para el resto de las especies, comamos lo que comamos, es muestra de una carencia de pensamiento que realmente causa pavor. No puedo dejar de insistir en la cantidad de animales y plantas que mueren anualmente porque sus ecosistemas: bosques, pantanos, praderas, son usados para la agricultura. Las evidencias y los datos están allí, sólo hay que detenerse a buscarlos: cuántas hectáreas de bosques, por dar un ejemplo, son destruidos anualmente para proveer de tierra a la agricultura. Tampoco puedo dejar de pensar que la violencia que se ejerce contra estos insectos, pequeños mamíferos, arácnidos, reptiles, hongos y plantas, abandonados a la muerte por causa de la desaparición de sus hogares, incluso ellos mismos quemados vivos al ser destruidos los bosques donde habitan, no puedo dejar de pensar, decía, que esa violencia es igual de espantosa que la que se ejerce contra pollos y vacas en las granjas de cría y en los mataderos. Tal vez es una violencia más silenciosa, menos evidente, pero no por eso menos brutal. Es cierto que los avances científicos han disminuido el impacto de la agricultura moderna industrializada, pero no por eso han detenido el proceso que tiene como base, de nuevo, un aumento poblacional que desafía nuestra propia autocomprensión como seres racionales. Diariamente millones de seres vivientes son sacrificados para garantizar nuestros estilos de vida, y no sólo me refiero a la agricultura, sino a una gran diversidad de productos químicos naturales que son procesados para satisfacer la industria moderna. La industria del carbón y del petróleo, por dar sólo el ejemplo más vívido, cobra sus muertos, vegetales y animales. Y esta industria es sólo la punta de un negro iceberg de oscura muerte. Nuestros propios asentamientos artificiales (las ciudades) han sido y serán la causa de la muerte de millones de seres vivos no humanos. Para nadie es un secreto la cantidad de especies que se han extinguido a lo largo de nuestra historia, y por nuestra culpa. De tal forma que para algunos incluso estamos viviendo ya una nueva gran extinción masiva de especies, especies que mueren abandonadas en el “mundo humano”. Una extinción masiva esta vez provocada por la especie dominante del planeta, acontecimiento único en la historia de cientos de millones de años de la evolución de la vida en la tierra. Si debemos pensar radicalmente, si de verdad estamos interesados éticamente en la compañía de los millones de seres vivientes que junto a nosotros habitan este mundo, la verdadera revolución no está en los platos de comida sino, permítanme la expresión vulgar, en los catres. La urgente exigencia mínima es disminuir, sino suprimir, el aumento demográfico. La exigencia real sería no sólo suprimirlo, sino invertir el proceso. ¿Quién se atrevería a contemplar la posibilidad de una política global, radical, sistemática, estricta, y autoritaria, una verdadera revolución violenta contra nuestra propia especie que disminuya nuestro número, de más de 7.000 millones, a por ejemplo, unos estables 800 millones? ¿Quiénes están realmente dispuestos a, en cierto sentido, “sacrificarnos a nosotros mismos” para permitirle una vida próspera a los demás vivientes? Permítanme, ahora sí, un poco de irónico y silencioso escepticismo...